
Don abrazos.
Un camino que cortaba en dos el cerro de Paraguarí conducía a un pueblito llamado Pindoty, a más de 70 kilómetros de Asunción, sus tupidos bosques y sus cerros en cadenas rodeaban aquel hermoso lugar que muy pocos conocían, sus serranías, sus verdes praderas y sus caminos en pedregullos pintaban en cuerpo entero un cuadro de arte terrenal, cual paraíso escondido que yacía inerte a los conocimientos de pobladores asuncenos.
Unas 30 casitas de pajas y viejas tranqueras eran los ingredientes que completaban este lugar tranquilo y silencioso, tan silencioso que el zumbar del viento que bajaba en el valle desde la punta del cerro, se escuchaba cual tormenta que azotaba una isla en las Antillas menores.
En una de estas casas había crecido un señor llamado Jorge Manuel Cantero, casi nadie lo conocía por su nombre de pila o por el apellido más bien por el sobrenombre de “Don abrazos”. Era un hombre de más del metro 80 de estatura ojos verdes que parecían extraídos del corazón del bosque, brazos largos y musculosos, manos gigantes haciendo tono con todo el cuerpo. Tenía una mirada tierna y cálida, su sonrisa esbozaba la grandeza de su alma, era tan querido por todo el pueblo que todos pensaban que se había equivocado de oficio, el pueblo todo lo quería ver vestiendo de sotanas e instalarlo en una pequeña capilla para orar por toda su gente.
Su niñez la pasó muy solo, sus padres, murieron al mismo tiempo ahogados en un pequeño riacho cuando pescaban para alimentar al pequeño y único hijo que en aquel momento sólo contaba con 5 años. Vivió varios meses de la caridad de los vecinos ya que no le sobrevivía ningún familiar, pero sus ganas de vivir y el amor a su hogar y su gente abrigaba grandes esperanzas y se presagiaba en él un ángel de la salvación.
Blanca María Espinoza una mujer asuncena solitaria y acaudalada amiga casual de la pareja infortunada se había enterado del suceso y no dudó en acudir y llevó al pequeño para encargarse de su cuidado y educación.
Estudió en uno de los mejores colegios asuncenos, tenía una inteligencia innata y mucho amor a la escritura y la lectura pues muy rápido se destacó en el club de literatura del colegio donde cursaba sus estudios
Tenía vagos recuerdos de su niñez, unas imágenes borrosas de sus padres lo acompañaba siempre por las noches y en sus sueños parecía hablarle y ambos se comunicaban con él y le manifestaban su profundo amor hacia él y la inconmensurable gratitud a aquella mujer por haberse encargado de su cuidado.
Cuando el niño comenzó a preguntar por su origen y el destino de sus progenitores, doña Blanca Espinoza religiosamente los fines de semana conducía su potente camioneta rumbo a aquel lugar que lo vio nacer. Este infante futuro prodigio de la literatura paraguaya que recorrería el mundo para ayudar a su gente a salir de la pobreza, su primera imagen visible.
Por las ventanas del auto contemplaba la verdosa y apacible campiña e hilvanaba los cerros que rodeaban cual sus brazos el tranquilo pueblo de Pindoty que veía con alegría y beneplácito recibir al nuevo citadino.
El pueblo al enterarse que venía el niño, todos los vecinos salían alborozados de sus casas y suspendían toda actividad del momento y concentraron frente a la casa que pertenecía a sus padres y que habitó hasta ser rescatado por aquella bondadosa mujer.
La puerta del vehículo se abrió y el pequeño bajó tímidamente y posó sus pies en aquel tupido pastizal que rodeaba su hogar, los árboles en rededor agitando sus hojas parecían devolverle el cariño que el niño les prodigaba subiendo a sus ramas y cuidando siempre de sus verdes hojas. El pueblo entero estaba allí para recibir al huésped que había dejado aquellas tierras 5 años atrás. Uno a uno les daba la bienvenida con un abrazo tierno y fortalecedor a este niño que en su actual estadía lo tenía todo: una gran mansión, juguetes caros, libros y cuadernos que tanto adoraban; pero la inmensa alegría que sacudía todo su cuerpo al estar en contacto con sus amigos del pequeño pueblo, comprendió que todo eso no tenía precio. Después de abrazar a cada integrante del pueblo de Pindoty, no podía compararse con todo aquello, y pensaba que no lo cambiaría ni por todo el oro del mundo.
Se armó una fiesta casi patronal, cada hogar aportaba sus mejores galas, comida, frutas y el jolgorio en la noche era espléndido, ni siquiera el recuerdo de la muerte de sus padres pudo borrar la sonrisa y alegría que sintió en el recibimiento y cada abrazo que recibió quedaría impregnada en su ser para toda la vida.
Y este recibimiento con abrazos y fiestas se repetiría luego cada mes, y cada abrazo que recibía y daba también, era como una recarga de baterías que recibía su cuerpo y así alimentaba su corazón vacío de amor puro. Corría en la pradera sin un destino final, extendía los brazos y besaba la brisa suave que arremetía en su mejilla, respiraba libertad, sembraba amor, esperanza y cosechaba emoción y sueños cumplidos.
Fue creciendo hasta convertirse en un adulto íntegro, sentimental y culturalmente, y retribuía cariño a cada paso de su vida, su mamá del alma como llamaba a doña Blanca, la mujer que lo crío y compartió su cosecha de amor, gratitud y esperanza, lo llenaba de mimos y se regodeaba de felicidad. Y llenó el vacío en la vida de aquella mujer que había logrado todo en la vida y todo aquello que una mujer material y profesionalmente hubiera deseado, ganó un hijo que siempre soñaba parir, era su eslabón perdido, su quinto elemento. Compartía con él cada minuto de vida, sus estudios, sus visitas al pueblo, sus actividades en pos del desarrollo del mismo, y el pueblo fue creciendo simultáneamente con él.
Estudió filosofía y periodismo a la vez, le apasionaba el conocimiento y las letras, vivió por más de 5 años en Inglaterra estudiando pos grado en Literatura clásica e Historia de las Artes, y siempre acompañado por su madre que le apoyaba en todo emprendimiento suyo.
Al volver de vuelta al país pasó de vacaciones en su pueblito natal donde construyó escuelas y colegios y ayudó a muchas familias creando centros de estudios comunitarios para adultos, enseño oficios a los más necesitados y lo hacía siempre con una sonrisa en los labios y acompañado siempre con un tierno y acogedor abrazo, abrazaba al vecino, al joven, a los ancianos, a los enfermos sin distinción de nada, transmitía lo que lo sobraba por dentro, pasión por la vida y amor por la cultura. Abrazaba a la vida, a los animales y a la naturaleza toda.
Enseñó a su paso que el afecto y el cariño lo puede todo, abrazaba al rico y al pobre, al pesimista y al optimista, compartió ideas con intelectuales y a los desvalidos. Prodigó luz en mentes obscuras y vacías, enseñó con el ejemplo y pagó con creces la gratitud recibida por su gente que nunca lo abandonó.
Cuando doña Blanca durmió su sueño eterno, compartió con ella hasta su último suspiro, partió del estado terrenal con el sueño cumplido y la alegría y la felicidad grabada en el corazón, pasó a lado de él los 30 años más fructíferos de su vida, durmió con una sonrisa en el rostro y partió a su viaje sin regreso con el boleto de la felicidad en sus alforjas.
A parte de todos los bienes materiales heredados de doña Blanca, recibió los valores más valiosos que no tendrían precio alguno. Aprendió de ella, la pasión por la vida, y priorizar el espíritu y la vocación por encima de cualquier objeto de valor. Cultivó el arte de amar y compartir el conocimiento con todos los habitantes del enigmático pueblo de Paraguarí.
Como corolario dorado en su vida conoció a Carmencita de Herrera una hermosa mujer que así como él volvió de Europa tras trabajar y estudiar por mucho tiempo y coincidió con él en dispersar los frutos recogidos y perdigar pasión y cultura en aquel valle pujante y desarrollado, en pos del desarrollo de aquel pueblo que había desarrollado y convertido en la ciudad más cosmopolita del Paraguay sin tener que envidiar nada a las grandes ciudades de países vecinos.
El pueblo muy pronto llamó la atención de grandes inversores extranjeros que vieron en este suelo y las laderas de los cerros tierra fértil para el negocio de la agricultura, industrias, actividades fabriles etc. Las escuelas fundadas y propiciadas por Don abrazos muy rápido brindó sus frutos con profesionales en todas las materias que no tenían necesidad de salir de sus casas y abandonar sus familias para estudiar y trabajar. Pindoty ya dejó atrás sus casitas de pajas y sus desvencijadas tranqueras, creció en territorio, en población y en actividad cultural, era la envidia del centro de Asunción y sepultó ideas retrogadas y negativistas de muchas mentes paraguayas e instaló un buen cimiento para la construcción de un nuevo Paraguay que ya vislumbraba un nuevo amanecer que muy pronto se extendería por todo el territorio paraguayo hasta ser oído y visto por todo el mundo.
Don abrazos ya nunca más abandonó este lugar, ni siquiera la temida e inefable muerte los pudo separar de este suelo que tanto amó, ya que respiró su aire hasta la última bocanada de vida y abrazó por última y por eterna vez aquella cálida compañía, la de sus habitantes que lo recordarían siempre por sus incansables abrazos a todo ser que se cruzara en su camino.
*f.j.s.r.